Sobre el mal resultado del alumbrado de gas
El alumbrado público
Ayer en un suelto decíamos que el alcalde de San Sebastián, a la inversa del de Bilbao, no hace nada a fin de que se mejore el alumbrado de gas.
Decíamos también que el alumbrado es cada día peor.
Y hoy nos ratificamos en todo y agregamos que para este viaje no necesitábamos alforjas: para seguir a oscuras no necesitábamos fábrica nueva.
Ella ha costado mucho dinero; pero buena paciencia nos cuesta también.
En cualquier villorrio con alumbrado de aceite mineral o vegetal hay más luz que en San Sebastián.
Esta primavera, como cosa extraordinaria, acordó el Ayuntamiento llevar el gas hasta el barrio de Miracruz o Puertas Coloradas.
Suprimió el petróleo, plantó un farol de gas cada cuarenta metros, y este verano aquel barrio se vio regularmente alumbrado.
Pero en cuanto ha pasado el verano se ha reducido la luz a un cincuenta por ciento; es decir, que sólo se enciende un farol cada 89 metros.
Resultado que había más luz con los viejos farolillos de aceite mineral, y que cada vecino de aquel barrio ha tenido que compararse un botiquín, porque en noches oscuras se descrisma allí cualquiera. Buen negocio para el Ayuntamiento…. y para los boticarios.
¿Qué creían ustedes? Que el alumbrado público era para el pueblo que le paga? Pues, no, señores; es para los forasteros que no le pagan. En verano se alumbra el paseo de Puertas Coloradas, para que no tengan nada que decir los veraneantes, si van por allí, que, de seguro, no van.
Pero en invierno, que es más necesaria la luz, porque el servicio de tranvías es más limitado, porque lo exige la seguridad personal por lo mismo que el tránsito es menor, y porque los vecinos lo mismo tienen que salir y entrar en sus casas en invierno, se reduce el alumbrado a su más mínima expresión; y el que quiera ver que se cuelgue un candil en las narices.
En la ciudad se reduce mucho el alumbrado, también porque sin duda son los veraneantes los que pagan el gas y no los vecinos, y como si los forasteros que nos visitan en invierno no fuesen tan forasteros como los del verano.
Agréguese a lo escaso lo malo, y se comprenderá la razón de nuestras frecuentes aunque infructuosas censuras.
La Avenida de noche nos recuerda el tercer acto de Roberto il diávolo.
En cualquier calle que uno se tope con un sereno, duda si es, efectivamente, un vigilante nocturno o el escultor a quien don Diego Tenorio encargó los sepulcros de las victimas de su hijo; y si está en una calle de San Sebastián o en el cementerio de Sevilla.
Que no se diga que las luces del Ayuntamiento están a la altura de las luces del alumbrado público.
Y sobre todo que no se calumnie a las velas de sebo diciendo que alumbra más el gas.