San Markos eta Txoritokieta gotorlekuetako ur edangarriaren eskasiari buruz
El fuerte de San Marcos
Sensibles son los hechos que se denuncian en una carta que desde esta capital dirigen a La Correspondencia Militar, y por serlo tanto y merecer que se atienda la denuncia y se corrijan los males a que se refiere, vamos a reproducirla.
La previsión militar —dice— aconseja que los aljibes de un fuerte tengan siempre agua para dos meses lo menos, calculando con exceso el consumo en el caso de un sitio, teniendo en cuenta el aumento de guarnición, etc.
En invierno es lo regular que no haya necesidad de echar cuentas con esto; pero no sucede así en verano. Y no vale esperar y dormir tranquilos para llenar estos depósitos en el momento en que hubiese síntomas de una guerra; en primer lugar, porque para este caso, y dada la rapidez con que hoy se lleva a cabo la concentración de fuerzas para una campaña, harto habría que hacer sin necesidad de aumentar los trabajos de preparación son lo que debe estar hecho de antemano, y en segundo, que muy fácilmente podría olvidarse este factor tan importante para estar fuera del alcance de la vista.
Llega a un extremo tal nuestra incuria que si en los veranos del año anterior y del presente llega el caso de un sitio en los fuertes de San Marcos y Choritoquieta y la divina Providencia no acude en forma de nube en socorro de los sitiados, se habrían visto en la necesidad, bien triste por cierto, de entregarse antes de veinte días por falta de agua.
Hasta tal punto es esto cierto, que, no obstante lo reducida que es ahora la guarnición y de que no se gasta agua de los aljibes mas que para la limpieza (y ésta es otra) el agua para beber la traen en cubas los soldados porque la de los depósitos une a un gusto acre, un olor nauseabundo; a pesar de estos pesares, hace dos meses se agotó el aljibe de San Marcos.
Los soldados en el patio a media noche pidiendo agua y ni se les podía dar para beber, ni aun poner los ranchos.
Agotados cuantos líquidos había en el fuerte para apagar la sed, como leche, vino, etc., y no pudiéndose prolongar una situación que a cada momento tomaba, naturalmente, peor aspecto, hubo necesidad de abrir las puertas y mandar por agua a Choritoquieta; pero he aquí que el capitán que a la sazón mandaba la compañía allí destacada, se niega, con una prudencia que le honra mucho, a abrir las puertas del fuerte a semejantes horas, y no hubo otro remedio que ir por ella a una fuente que hay cerca de Pasajes.
Púsose el hecho en conocimiento de la pieza, y a los seis días (¡!) subió un jefe de ingenieros ¿a qué? Esto es lo que no he podido explicarme; porque siendo el interior del aljibe un corrompido lodazal cuyos miasmas asfixian y que no solo necesita una gran limpieza, sino picar su interior y revestir de nuevo en mejores condiciones de lo que se hizo en un principio, aprovechando aquellos días que estaba seco, se han esperado con impaciencia las primeras tormentas de Otoño para dormir tranquilos.
Otro falta de trascendencia suma, inconcebible, incalificable y más punible aún que la anterior, es del tenor siguiente:
¡Imagínese usted un fuerte que aloja cien hombres, que su construcción ha costado a la nación dos millones de pesetas, y que en un momento se hace trizas enterrando bajo sus escombros a la guarnición, solo por el hecho de tener en su interior un inmenso depósito de pólvora sin un miserable pararrayos que la resguarde de una chispa eléctrica!
No nos debe extrañar que en las dos visitas que el ministro de la Guerra ha hecho a San Marcos no haya notado esta falta, primero porque sus visitas han sido breves, y segundo porque ¿quién ha de suponer siquiera que en un local que se destina para almacenar pólvora no ha de instalarse el pararrayos antes de introducirse en él un gramo de pólvora?
Pues, sin embargo, ya hace dos años que se llenó de este explosivo, e igual tiempo que está su guarnición expuesta a volar.
Es triste pensarlo; pero en mi concepto vamos de mal en peor, porque los dos factores que yo conceptúo indispensables para que esto entre en caja, no se vislumbran ni aún en lontananza.
Mientras el favor de un cacique despreciable pese más en la balanza que los méritos verdaderos y el rigor de las leyes no alcance por igual al chico que al grande, no dejará España de ser la representación genuina de una merienda de negros.