Lehenengo Gerrate Karlistan gertatutakoaren oroitzapena
Contra la opinión
Bajo este mismo epígrafe, escribe nuestro querido colega La Justicia, un notable artículo con el cual estamos y estarán nuestros lectores conforme de toda conformidad.
El país —dice— no quería la vuelta al poder de los conservadores. Ese hecho es manifiesto, evidente, inconcuso. Aun habiendo llegado la situación sagastina al último grado del descrédito, la crisis de junio que trajo a sus sucesores fue recibida por la opinión en masa con una verdadera explosión de protesta y descontento. Pocas veces ha sido tan unánime el juicio público. Si se exceptúa a la prensa del partido triunfante, a los tránsfugas del fusionismo, cuya apostasía era premiada con carteras, y a algún que otro alto servidor palaciego, España entera acogió aquel “golpe de teatro”, como le llamaría un galicista, con un honor que, visto desde aquí, semeja una verdadera corazonada henchida de fúnebres presentimientos.
El gobierno, que vino a despecho de la opinión, es claro, gobernó contra ella. Prisionero de la democracia, es decir, de la opinión, ha tenido que tascar el freno de la legislación liberal. No ha podido derogar el sufragio, restablecer la legislación especial de imprenta, suprimir el jurado. Pero ha tomado, en cuanto le ha sido posible, su revancha. Esperaba el país de la instauración del sufragio universal la regeneración del régimen parlamentario: las elecciones conservadoras le han engañado. Abominaba de la escandalosa conjunción de Romero: la conjunción se hizo. Protestó contra el desastroso proyecto del Banco: el proyecto fue ley. Pedía justicia en el proceso de la Castro Enríquez: la causa se sobreseyó. Reclamaba contra la impunidad de las empresas de ferrocarriles: la impunidad es un hecho. Quería que se cumpliera la ley en el asunto de los pasivos de Ultramar: la ley no se cumple. Demanda la nivelación de los presupuestos: los presupuestos no se nivelan. Rechaza la extensión de la jurisdicción militar: la jurisdicción militar se extiende. Desea el indulto del cadete Sr. Rodríguez: el indulto se rehúsa. ¿Qué más? Vio con júbilo la salida de Beranger del ministerio de Marina: a la próxima ocasión vuelve a Marina el Sr. Beranger. Ante tan sistemática hostilidad es cosa de preguntarse si es para España o contra España como gobierna este gobierno.
El resultado de esa gestión está la vista. Los cambios al 20, los valores a 61, rotas las negociaciones con Francia, el comercio agonizante, la riqueza mobiliaria perjudicada en mil millones, el contribuyente amenazado de un suplemento de cargos, el hambre paseándose por España, el oro ausente, la alarma en todas partes y nuestro crédito en ninguna. Eso ha realizado, en menos de dos años, este gobierno de negocios. Porque, no hay que olvidarlo; los conservadores, desengañados de la política, vinieron a salvar la Hacienda.
Si en junio de 1890 el país entero hubiera solicitado con anheloso afán la venida de los conservadores, y la corona, siempre propicia a colmar los votos del pueblo, hubiese accedido a su ruego, la nación no tendría que culpar de sus desdichas sino a su propia insensatez. Le habría pasado, pidiendo Cánovas, lo que a las ranas monárquicas de la fábula cuando piden rey. Tendría su mercado. Su desgracia sería la justa pena de su pecado. Pero esto de sufrir los efectos de un cambio que abominó, esto de verse arruinado en marzo de 1892 por haber sido contrariado en junio de 1890, ¿no es verdad que pasa de raya? La propia imposición de la prosperidad resulta repulsiva y odiosa, ¿qué no será la del infortunio? Nadie se resigna a que otro sea el artífice de su ventura, ¿cómo ha de resignare a que el vecino labre su desdicha? ¿No es un verdadero colmo de infelicidad eso de deber a la imposición que se sufrió la desventura que se experimenta?
Aprenda el país. Mil millones de quebranto, la ruina de la industria vinícola, la quiebra del comercio, la emigración del oro, el recargo de los impuestos, el hambre, el descrédito, y a la postre, la bancarrota: todo eso le está costando el gustazo que se da de tener detentada su soberanía. El gusto podrá ser grande, pero hay que confesar también que el precio no es chico.